Doña Yolanda, en sus meditaciones

Enviado por Fernando Jáuregui | 04/06/23

Oiremos hablar mucho en las próximas setenta y dos horas acerca de las negociaciones entre el Movimiento Sumar, o sea Yolanda Díaz, y Unidas Podemos, es decir, Ione Belarra, Irene Montero, Pablo Echenique, Lilith Verstrynge y, claro, Pablo Iglesias a los mandos remotos desde ‘su’ tele. En estas horas, la aún vicepresidenta y ministra de Trabajo, la figura política más en ascenso y mejor valorada, pero también la más temida e inaprehensible, se lo juega todo: allanar algo el camino hacia esa presidencia del Gobierno a la que ella aspira a llegar algún día…o un batacazo del que le iba a costar mucho recuperarse. Así que acordar o no un pacto –puestos en las listas, dinero, programas…–con sus dos muy poco queridas ‘colegas’ en el Consejo de Ministros y demás tropa es la cuestión. Ser o no ser, ni más ni menos.

El caso es que la señora Díaz, que entre sus virtudes cuenta con un notable olfato político, sabe que a ella personalmente muy poco le beneficiará pactar con gentes que, como Belarra, Montero, Echenique y demás, han acumulado el rechazo de buena parte de esa izquierda-de-la-izquierda a la que todos quieren representar. Una cosa es Más País de Errejón, o en Comú de Colau, o el Más Madrid de Mónica García, o el Compromís de Baldoví, o los Verdes de López de Uralde, y otra esos herederos/as de Pablo Iglesias, una figura que despierta muy escasas simpatías y muy abundantes recelos a su derecha y, sobre todo, en el territorio de la izquierda.

Y, sin embargo, es preciso optar, y hacerlo antes del viernes: Podemos es aún, pese a su derrota el domingo 28, una máquina electoral considerable, con relativamente buena implantación en cuatro comunidades y en una decena de provincias, aunque en otras sea prácticamente inexistente. Sumar no cuenta con estructura territorial alguna, sus apoyos no tienen apenas la condición de militantes y son poco conocidos y su gran activo siguen siendo, prácticamente en exclusiva, el tirón y el carisma de Yolanda Díaz. ¿Se puede ganar unas elecciones con eso y con el respaldo, poco tranversal, de Izquierda Unida y el organigrama del PCE? Así que lo que tiene que decidir doña Yolanda, y le quedan muy poas horas para hacerlo, es si Sumar, con Podemos, de verdad suma; o si, digan lo que digan las encuestas –que, en este terreno, van casi a ciegas–, resta.

Me dicen que el PSOE, con su secretario general al frente, está muy pendiente de hacia qué lado se inclina la balanza –los socialistas quisieran el pacto a su izquierda, pensando tal vez que aún sería posible reeditar la ‘mayoría de la moción de censura’ tras las elecciones del 23-j–. Pero el PSOE, abocado a una difícil reunión de su comité federal, en la que hasta habrá que hablar de quién sería el ‘número dos’ de Sánchez en la candidatura por Madrid, bastante tiene con lamerse las heridas y reconsiderar la táctica y la estrategia que los asesores externos sugieren al inquilino de La Moncloa. Veremos si, al final, es el PSOE quien tiene que acudir al rescate de doña Yolanda –y viceversa–, forzando una especie de ’coalición pre electoral’ que hoy se ve casi imposible.

Lo que sí saben todas las partes es que la gente no vota lo que no comprende. Y, la verdad, el lío en el que está metida esa izquierda-de-la-izquierda es muy difícil de entender.

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Ni aunque ganase ganaría Sánchez

Enviado por Fernando Jáuregui | 02/06/23

Conste que, tras consultarlo con los más prestigiosos responsables de las casas de encuestas, de ninguna manera pienso que la opción Pedro Sánchez pueda ganar las elecciones del 23-j. Su increíble decisión disolviendo las Cámaras y adelantando las elecciones incluso a espaldas de los suyos tiene todas las semejanzas de un tiro en el pie, o en lugar peor, plasmado en la gráfica frase que me soltó un dirigente socialista: “hemos dado las llaves de La Moncloa a Feijoo”. Ignoro cuántas posibilidades se atribuye a sí mismo el resiliente jefe del Gobierno español, pero desde ahora constato que, incluso ganando esos comicios, en las condiciones en las que los ganaría, Sánchez se condenaría a concluir su mandato político nacional.

Sí, porque, utilizando más la lógica que la inteligencia artificial (que hay quien la está empleando ya en busca de escenarios de futuro), España corre el riesgo de tener una votación incluso menor del 40 por ciento en la calurosa, vacacional, imposible, fecha del 23 de julio. Y si los votantes desertan de los colegios electorales, ¿quién podrá convencer a la ‘otra España’, la que resultase perdedora, de que el ganador no representa, en realidad, la voluntad de un país que ha huido de la política que le impone el sacrificio de sus vacaciones, de sus previsiones? No, ni Sánchez ni nadie podría reclamarse vencedor en unos comicios con, pongamos, un 35 por ciento de participación. Y eso, como todo lo inimaginable en este país, es posible que ocurra, sobre todo si pones todos los ingredientes para que así sea.

Pero eso, claro, no ocurrirá. No digo la baja participación, que es muy probable, sino la victoria del actual presidente, salvo mayúsculas sorpresas, conejos increíbles sacados de chisteras prodigiosas, que de cualquier cosa es capaz el desconcertante Sánchez.

Más bien, las cábalas se están centrando ya en quién reemplazaría a un Sánchez que, derrotado (porque claro que se presentará a las elecciones, faltaría más; no crea en los rumores calenturientos), trataría de huir hacia un puesto relevante en el exterior, sea en la OTAN, en la UE, a saber dónde. En el PSOE se ha abierto el ‘quinielódromo’, y escucho hablar de las hipótesis más pintorescas, una vez que la ‘número dos’ del Gobierno, la vicepresidenta Calviño, se ha retirado de la liza. ¿El asturiano Barbón, que pelea por un puñado de votos para mantenerse en el poder?¿El castellano-manchego Emiliano García-Page, que ha abierto una sima en el partido? No, ese no creo. ¿Algún candidato que ha jugado un buen papel, aunque no haya ganado, como Juan Lobato? Demasiado nuevo. Y así, sobre quién será el ‘número dos’ de la candidatura socialista en Madrid, por ejemplo, andan las cábalas. Mientras, viejos socialistas, mirando el retrato del veteranísimo Alfonso Guerra, quién le ha visto y quién le ve, levantan una inútil, demasiado residual, bandera de descontento.

Lo peor de todo es que en el PSOE se ha abierto una nueva crisis interna. Y, tras las de Prieto-Largo Caballero, Suresnes, Almunia-Borrell, Zapatero-Bono, Rubalcaba-Chacón y las protagonizadas por el propio Pedro Sánchez (contra Madina, contra Susana Díaz), van ya ocasiones mil en las que la vieja formación creada en 1879 por Pablo Iglesias (Posse, naturalmente) sobrevivió al agónico final que sí afectó a sus correligionarios franceses, griegos o italianos. El PSOE es mucho PSOE, y no todo él aplaude tan frenéticamente como los parlamentarios el discurso inconcebible de Sánchez el martes, en el que hasta sugirió que quizá quisiesen detenerlo las fuerzas ‘trumpistas’. Demasiado recurso a un imposible golpismo procedente ‘del otro lado’, excesivo tremendismo, peligrosa profundización en la sima de las dos Españas…

Así que al hundimiento del centro (bien ida sea Arrimadas), a los tanteos de la derecha en busca de mayorías –eso merecerá aún muchas crónicas desconcertadas–, al hundimiento de Podemos, a la búsqueda de Sumar, que vaya usted a saber dónde parará, se superpone el (mal) estado interno del partido que más tiempo ha gobernado en España en democracia. Y todo esto en medio del silencio pertinaz del hombre que está en el epicentro de todas las tormentas, Pedro Sánchez, objeto de todas las miradas incluso en la ‘cumbre’ de Moldavia, donde la situación política española se convirtió en la salsa de todas las charlas informales, dicen quienes allí estuvieron, de los euro-responsables por los pasillos. Toma ya desprestigio internacional.

Es difícil asistir impávido a tanto desacierto: el sentido común anda como ausente de nuestras playas. Y, por cierto, hablando de falta de sentido común ¿le tocará a usted ser uno del medio millón de españoles a los que se les convocará para estar en una mesa electoral ese 23 de julio, ya tan cercano? Esa, verá usted, va a ser otra, oh Dios mío. Quizá no solo pierda Sánchez; perdemos todos.

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La Historia acoge a Sánchez en sus mejores/peores páginas

Enviado por Fernando Jáuregui | 30/05/23

Cuando uno vuelve la vista atrás y comprueba que dentro de unas horas se cumplen cinco años de aquella moción de censura que colocó a Pedro Sánchez en La Moncloa, no puede sino estremecerse: ¿de verdad han pasado tantas cosas, tantas anomalías políticas, tantos sobresaltos, de veras se ha pretendido cambiarlo todo tanto en apenas un lustro? De entonces, aquel junio de 2018, solo quedan cinco ministros (presuntamente a punto de dejar de serlo), la dirección del PSOE ha cambiado radicalmente, ha estallado una coalición imposible, han desaparecido las principales figuras de la política nacional. Excepto Sánchez, claro, que ahora afronta, en esa cuerda floja tan de su gusto, una muy probable salida del poder. Es casi ya un hombre para la Historia, con una trayectoria irrepetible para lo bueno y para lo malo, pero sospecho que ya con escaso futuro como inquilino de La Moncloa. Ha logrado que le quieran en Washington, en Bruselas, puede que hasta en Pekín, quién sabe. Pero no en España: simplemente, no cae simpático. Entre otras cosas, desde luego.

Junio y julio son meses trascendentales en el recorrido político de Pedro Sánchez: en ese período consolidó sus dos primeras resurrecciones políticas, ganando sendas elecciones primarias cuando todos –uno reconoce que también se equivocó—le daban por muerto. Ahora, este mes de junio, culminando en las elecciones anticipadas del 23 de julio, será difícil, salvo que la diosa Fortuna vuelva a echarle una decisiva mano, que el gato Sánchez saque una nueva vida de la chistera. Ni las encuestas, ni el sentido común, ni ese clima, inequívoco, que se respira en la calle abonan otra resurrección política, pese a que los magos que actúan a favor –y que se juegan, como otros miles de personas, ir al paro político—intenten convencerse/convencernos/convencerle, abusando del algoritmo, de que aún es posible ganar contra todo y contra todos, pese a la abrumadora experiencia de las urnas de este domingo.

No, Sánchez es ya historia, con minúscula o tal vez con mayúscula, según cuáles de sus actividades incesantes en este quinquenio queramos considerar. Personalmente, a la hora del balance –no, no es demasiado pronto–, creo que ha destruido más que construido, pero eso daría para una crónica mucho más larga, de varias páginas, incluso para un libro, o para varios, que todo se andará. Buena parte de su obra será derogada, pero no así todo el ‘sanchismo’, como quiere Feijoo, el hombre que ya huele el aroma del principal despacho monclovita…si nada impensable ocurre, naturalmente. Porque lo impensable es la tónica habitual en este país: ¿quién iba a imaginar que el presidente iba a disolver el Parlamento y convocar elecciones coincidiendo con esa presidencia europea en la que tanto nos jugamos? ¿Quién podría suponer que, tras la debacle del domingo, todo consistiría en una huida hacia adelante, dejando consternados a los socios –comenzando por Yolanda Díaz, que podría convertirse, si lo hiciese bien, en la alternativa de la izquierda, de ’otra’ izquierda lejana a la de su poco amiga Belarra y de su mentor Pablo Iglesias–?. ¿O dejando maltrechos a los correligionarios (hay que ver lo mal que ha sentado esta decisión presidencial en el PSOE), a los amigos, a los enemigos?. ¿Pasmándonos a usted, a mí, a Europa, al mundo mundial, a todos?

Sánchez pasará a la Historia como un equilibrista, un hombre que de audaz pasó a temerario y de ahí, a suicida. Un resistente, un trabajador infatigable no siempre a favor de las mejores causas. Un tipo que sonreía mucho y sin embargo no caía bien. Un hombre afortunado por tantos conceptos que se despeñaba sin inmutarse, seguro de su renacimiento. Alguien irrepetible en sus cualidades…y en sus defectos. Un personaje amado u odiado, sobre todo para los periodistas, a los que tanto desprecia pero que en él encuentran fuente inagotable de crónicas y comentarios. Un ser humano –aunque en ocasiones se esforzase en disimularlo—que ha protagonizado en menos de una década lo que generaciones enteras no han vivido ni experimentado.

Vivir demasiado aprisa tiene eso: que se acaba antes. Creo que esta vez, pese a lo inesperado del personaje, no me equivocaré demasiado si afirmo que, ahora sí, Sánchez es ya parte de esa Historia que luego cuentan los vencedores, que esta vez no van a estar en su bando, creo. Porque si, pese a todo, llegasen a estarlo, entonces sí que Pedro Sánchez pasaría a la Historia, al libro Guinness, al universo de la magia. Y, dígase lo que se diga, mago no es.

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Sánchez se pega un tiro en el pie

Enviado por Fernando Jáuregui | 29/05/23

Una consulta de urgencia entre algunos socialistas más o menos relevantes me ofrece un resultado que deja poco lugar a la duda: con el órdago de adelantar las elecciones generales al 23 de julio, Sánchez está extremando su temeridad y “seguramente está dando las llaves de La Moncloa a Alberto Núñez Feijoo, aunque él pretenda lo contrario”.

Son muchas las interrogantes que se abren tras la inesperada comparecencia de este lunes del presidente, que ni anunció su decisión a la cúpula del PSOE ni a la mayor parte de los ministros del Gobierno, empezando, claro, por las ministras de Podemos. Tampoco los periodistas tuvieron oportunidad de hacer preguntas al presidente tras la declaración ‘institucional’. Un golpe de mano súbito que cambia las previsiones de todo el mundo sobre el futuro político en España.

Las preguntas se amontonan en mi bloc. ¿Se presentará Sánchez, evidentemente desfondado por los resultados del domingo, a la reelección? No creo que tenga otra posibilidad y, conociéndole un poco, intuimos que está disfrutando con este nuevo desafío, que otra vez le pone en la cuerda floja en la que tan bien se desenvuelve. Pero otra incertidumbre se integra en la lista: ¿qué ocurrirá ahora con la ‘opción Yolanda Díaz’? ¿Es el gran momento de la vicepresidenta que quiere ser presidenta, integrándose en las candidaturas socialistas, que obviamente van a necesitar una gran renovación? Y entonces ¿qué sucedería con la ‘izquierda de la izquierda’, es decir, Podemos, que tan malos resultados ha obtenido en las urnas el 28-m?

Hay más: ¿cómo se reorganizará el propio PSOE, que tan deficientemente ha funcionado, equivocando los mensajes y permitiendo que la campaña fuese ‘sanchista’, y no una del Partido Socialista, mal dirigido, por cierto, por la ministra de Hacienda y por alguien tan ligado a la figura de Sánchez como Santos Cerdán? ¿Habrá ajustes inmediatos, ya en junio, como el cese de las ministras podemitas, del director del CIS, de algunos asesores perniciosos, dentro y fuera de Moncloa?

Y, por lo que respecta a la alternativa, es decir, al Partido Popular de Feijoo, ¿se congelan ahora, a la espera del resultado de los comicios legislativos del 23-j, las posibles negociaciones con Vox para la constitución de gobiernos en autonomías y ayuntamientos, aunque los plazos en este último caso estén legalmente tasados? ¿O dará Feijoo un puñetazo sobre la mesa y asumirá el riesgo de formar gobiernos en solitario allá donde sea remotamente posible, a la espera de la ‘multipliación’ de sus escaños en el Parlamento nacional? Porque ahora, este tsunami desatado por Sánchez podría colocar al PP al borde de la mayoría absoluta, según cálculos no sé si demasiado apresurados de quienes presumen de entender de estas cosas.

Por último, ¿qué ocurre con la presidencia española de la UE, tan minuciosamente preparada por el Ejecutivo? Porque esa presidencia comienza, precisamente, en julio. Tendrá que ser el equipo de Sánchez quien, en todo caso, la gestione. ¿Ha sido esta presidencia una de las razones de la súbita anticipación? ¿O más bien lo que se hace es frenar una rebelión de socialistas notorios contra el secretario general y su entorno? ¿Tan pesimistas eran las perspectivas de desgaste para el PSOE en las próximas semanas que han obligado a Sánchez a esta huida hacia adelante?

Probablemente, este comentario de urgencia habrá de modificarse en las próximas horas, porque las preguntas son demasiadas y de demasiado calibre, y son muchas las respuestas que el propio Sánchez, él sobre todo y sobre todos, nos debe, aunque en primera instancia se las negase a los periodistas. Se abre una nueva era… ¿sin Sánchez? Pero ¿tiene Sánchez un delfín? Bueno, no anticipemos acontecimientos, que bastante nos los precipitan otros. ¿No queríamos campaña electoral? Pues toma tres tazas. Confiemos en que sea más sensata, positiva y educada que la que concluyó hace tres días, aunque ya parece que hayan pasado años; menudo ritmo lleva esta loca política nacional nuestra.

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La Feria del Libro

Enviado por Fernando Jáuregui | 28/05/23

Lo que va de ayer –hace cinco años– a hoy: con Federico Quevedo en la Feria del Libro 2023. Vendí doce libros y en la editorial me dijeron que estaba muy bien (¿?)

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Jornada de irreflexión

Enviado por Fernando Jáuregui | 27/05/23

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(yo hoy voy a reflexionar, o algo así, en la Feria del Libro)
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Decía algún digital, este sábado de reflexión, que Pedro Sánchez, a la vista de tanto escándalo y escandalito, con la presidenta madrileña hasta insinuando un pucherazo electoral, estalló con un grito de “¡campaña de mierda!” ante algunos colaboradores. No puedo certificar que sea cierto –ni estaba allí ni lo fío todo a medios que se han caracterizado a veces por su parcialidad–, pero lo que es indudable es que la que ha desembocado en la jornada electoral, tensísima, de este domingo, ha sido, en efecto, una campaña de mierda: nos ha empobrecido moralmente, nos ha hecho desconfiar de nuestras instituciones y ha empeorado esa imagen exterior de democracia ejemplar que pretendemos para nuestro país. Ahora toca olvidar tantos lodos y recomenzar, ya este lunes, otra inevitable campaña, pero muy diferente, si es que puede ser.

No tema: no voy a recordarle a usted los muchos episodios sonrojantes, por decir lo menos, que han salpicado estas semanas, meses, incluso años de ‘precampaña’, donde tanta irregularidad, tanto desenfreno y tantas pillerías se han practicado. La verdad es que últimamente las campañas electorales en España, no solo esta última, dejan mucho que desear, pero esta ha batido todos los récords, hasta desembocar en la advertencia de nada menos que la presidenta madrileña, Díaz Ayuso, en el sentido de que podría producirse, desde el Gobierno de Pedro Sánchez, un fraude electoral. Un ‘pucherazo’, vamos. Menos mal que parece que su teórico jefe político, Alberto Núñez Feijoo, no secunda tales demasías.

Claro que Sánchez, en esta suerte de primarias en las que los problemas de los vecinos han contado casi nada, tampoco se ha quedado corto en sus descalificaciones globales y desmedidas contra el adversario. Así, mientras Feijoo hablaba de ‘derogar el sanchismo’, Sánchez parecía evocar un ‘delenda’ global contra su oposición, a la que repetidamente ha acusado de ir en contra de la Constitución entre otras lindezas, como veladas sugerencias a que ‘la derecha’ propiciaría un golpe de Estado (bueno, también la derecha lo dice sobre la izquierda). Pues claro que aquí nadie propicia, ya, golpe de Estado alguno, ni hay más intentos de alterar la normalidad electoral que los que puedan provenir de aquel país del Este que usted y yo sabemos. Ha sido una campaña de mierda, sí, pero el país, esta magnífica España que lo aguanta casi todo, ha seguido funcionando impávida ante la agitación que promueven quienes quieren representar a la ciudadanía.

Ahora toca olvidar lo vivido: las falsas polémicas sobre ETA, sobre si somos unos racistas de mierda (como la campaña), sobre si aquí se compra y se vende el voto de todo el mundo… Lo urgente es normalizar el país. Y lo malo es que poco van a contribuir a esa normalización ciertos pactos poselectorales entre los que se auguran extraños compañeros de cama para hacerse con una parcela más o menos importante de poder. Ya hemos tenido mucha ‘coalición a palos’, mucho aliento del pequeño, pero necesario, en el cogote del grande, pero necesitado del pequeño incordio. Basta ya. Es verdad que unos han hecho una campaña más intensa e imaginativa que otros, y otros la han hecho más elegante que unos. Lo que no entiendo es cómo no han acabado con los nervios destrozados tras meterse miles de kilómetros entre pecho y espalda lanzando ‘fake news’, dardos, venablos y promesas tantas veces incumplibles, se plasmen o no en el ‘Boletín Oficial del Estado’.

Remansemos, pues, el país, que aún nos quedan, no se me aflija nadie, otros seis meses de campaña. Y ahora sí que va a ir en serio, porque nos jugamos el ser o la nada. Que esta haya sido la última ‘campaña de mierda’ de nuestras vidas es lo que deseo hoy, en esta jornada de votación por la que muchos, increíble, apostamos todavía con cierta ilusión.

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La soledad del escritor en la caseta de la Feria

Enviado por Fernando Jáuregui | 24/05/23



(aquí, con Federico Quevedo firmando, rara avis, un libro en la Feria)
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Poas soledades comparables a la del escritor que no es favorecido en la Feria del Libro por la presencia de numerosos fans ansiosos de que les firma un libro. Yo, al menos, nunca he logrado tener cola en mi caseta: todo lo más, tres o cuatro compradores al mismo tiempo, y luego nada, o casi. Iremos unos tres mil escribanos en esta Feria que comienza el viernes a tentar a la suerte: solamente una docena saborearán las mieles del favor de las masas. No todos/as serán, claro, verdaderos escriutores/as. Pero no hago ahora distinciones entre belenesestebanes y académicosdela lengua; yo solo recuerdo aquel día terrible en el que yo estaba no firmando un libro y, a mi lado, la autora de un libro de ‘cocina y sexo’ no daba abasto. Le dí tanta lástima que me miró y me dijo: “es que, claro, los libros de Historia son muy difíciles de entender”. “Pues anda que los libros de cocina son fáciles de comer…”, le repliqué. Creo que no apreció la broma porque ya no volvió a dirigirme la palabra. Y siguió firmando como una condenada, la muy…
Pues eso: amigos, parientes, deudos, no dejéis al pobre escritor rumiando su desdicha. Si no le compráis un libro, al menos compareceos y visitadle., dadle palique, hablad del tiempo (para colmo parece que mañana, cuando yo voy a firmar, lloverá).
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Rojos y rojísimos, azules y azulísimos

Enviado por Fernando Jáuregui | 21/05/23

—(España roja, España azul: una de las dos, decía Machado, ha de helarte el corazón)
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Siempre me han alarmado esos mapas en los que se pinta a España de rojo o de azul, según los territorios que la izquierda o la derecha hayan conquistado en las elecciones. Dos Españas, al menos dos, consolidadas hasta en los grafismos. Pocas veces, por cierto, han estado ‘las derechas’ y ‘las izquierdas’ más polarizadas y, a la vez, más fragmentadas que ahora. De manera que los resultados del próximo domingo se juegan en virtud de una serie de alianzas que los partidos mayoritarios consideran un castigo, pero que no tienen otro remedio que asumir. Un puñado de votos, pocos miles, bastantes menos que en ocasiones anteriores, van a decidir el color del mapa que los medios publicarán el lunes. Rojos y rojísimos contra azules y azulísimos, he ahí el eterno dilema.

Creo que, entre los muchos disparates de esta campaña improductiva que enfila su última semana, se encuentra precisamente este fomento de la dialéctica entre bloques, incluso con remisión al pasado (ETA, Primo de Rivera), en lugar de buscar un terreno más concreto, asequible al ciudadano, para confrontar ideas, soluciones y proyectos. No creo que ni la exhumación de quien fundó la Falange hace noventa años ni agitar la tristísima memoria de una banda terrorista que desapareció hace doce hayan sido hitos para conmover al votante, la verdad. Ni creo tampoco que la continua apelación a los riesgos de que la derecha (Pablo Iglesias dixit) o la izquierda (Díaz Ayuso lo sugiere siempre que puede) intenten a dar un golpe de Estado vaya a llevar votos a ninguno de los dos extremos. Son demasías, patentemente alejadas de la realidad de los problemas que cotidianamente vivimos ahora los españoles, los europeos, el mundo.

Lo que ocurre es que los azules recelan continuamente, y con razón, de los mensajes de los azulísimos, y lo mismo ocurre con los rojos y los rojísimos. Sí, puede que exista un pacto aún tácito entre rojos y rojísimos y entre azules y azulísimos para ayudarse a conseguir una gobernación municipal y autonómica de las muchas que dependen de estos acuerdos para alcanzar una parcela de poder; pero serán acuerdos tapándose ambas partes la nariz. La situación a día de hoy es más o menos la que describía ayer el humorista Ramón: “Y pensar que, votes lo que votes, hasta el día siguiente no sabes lo que has votado…”.

Yo creo, centrándome en el campo azul –mañana lo haré en el rojo–, que Pedro Sánchez ha hecho hasta ahora una campaña mejor que Núñez Feijóo. Claro, con la ayuda del BOE, de los viajes a la Casa Blanca y a Bruselas, pudiendo sacar cada día un conejo de la chistera gubernamental que descoloque al adversario, así cualquiera, me dirá usted, con cierta razón. Pero es verdad que la derecha –no hablo ahora de las patentes diferencias con la derechísima– ha tenido una actitud demasiado dependiente de los mensajes del Gobierno, ante los que lo presenta todo en trazos negros sin matices. Y el electorado, por muy polarizado que esté, es ya lo suficientemente maduro como para exigir esos matices, tanto a ‘las derechas’ como a ‘las izquierdas’.

Me aseguran que Feijóo va a cambiar algo el tono en sus últimos mítines, como el masivo de la plaza de toros de Valencia este domingo. Porque ha percibido que, para llegar a esos ámbitos de socialdemocracia templada a los que aspira a conquistar, el mensaje duro de Díaz Ayuso, más dirigido a captar los tres mil votos de Vox que le quedarían para la mayoría absoluta, no le sirve. Como tampoco estoy seguro de que le sirva esta campaña convencional, de visitar mercados y vaquerías en paseos tranquilos, para llevarse una mayoría de ese treinta por ciento que dicen que es el porcentaje de los votos indecisos a día de hoy.

Las rectas finales de campañas como las que se hacen en España, tan broncas, necesitan de algún aldabonazo final. En el cuartel general del PP temen las penúltimas sorpresas con las que Sánchez tratará de acaparar titulares. La pregunta es: ¿tiene Feijóo una última traca, que le distancie del aliento en la nuca de los ‘azulísimos’ y, al tiempo, consolide la magra superioridad que le dan algunas encuestas sobre ‘los rojos’?. Lo vamos a ver de aquí al viernes. Y de ‘los rojos’ y ‘rojísimos’ hablamos mañana, ya digo.

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Y el 29 de mayo ¿qué?

Enviado por Fernando Jáuregui | 30/04/23

Entramos en mayo y, por tanto, en el frenesí de la recta final ante unas elecciones, las del próximo día 28, que ni siquiera han llegado aún al inicio oficial de la campaña electoral. Pero no importa: ya todo huele obviamente a urnas, las encuestas vuelan como pájaros a veces de mal agüero, los debates ante las televisiones provocan ya las consabidas controversias. Todo es ruido, y ese estrépito nos situará ante los resultados con los que amanecerá el 29-m. Un día ante el que me atrevería a hacer, con su permiso, algunas predicciones. La primera: que todos dirán que han ganado (esa profecía no tiene mucho mérito: siempre lo hacen en la propia noche electoral). La segunda; que nada va a cambiar tanto como se dice. La tercera…

Bien, vamos por partes. Unas elecciones autonómicas, en las que no se prevén cambios de poder dramáticos en la mayor parte de las autonomías, conllevan que todos aseguren haber ganado, porque el cómputo, Comunidad por Comunidad, municipio a municipio, da para muchas interpretaciones interesadas. Y los grandes vuelcos previsibles, por ejemplo en Valencia, Baleares, Aragón o Canarias, se presentan hoy por hoy inciertos. Por otro lado, unas elecciones municipales, en las que los relevos estelares afectarían apenas a Sevilla (aunque las encuestas no prevén un ‘sorpasso’ claro del PP al actual titular socialista) o Barcelona (menudo lío hay ahí; eso reclamaría un análisis muy específico, pero las previsiones apuntan a un extraño pacto para hacer alcalde al socialista Collboni), tampoco significan ‘ese’ giro político total en el péndulo del poder. Un giro que algunos vaticinaban como el resultado imparable de unas cuasi ‘primarias’ de las elecciones generales de, previsiblemente, diciembre, que desalojasen de La Moncloa a Sánchez para dar paso a Núñez Feijóo.

La tercera previsión es más sugestiva y está aún más abierta: el 29-m inaugura la era de las Grandes Alianzas. Y de las grandes rupturas, naturalmente. La campaña autonómica va a dejar claro el pacto de hierro entre el ‘proyecto Sumar’ y el pequeño grupo de Errejón, Más País, que, en su versión madrileña, encabezada por Mónica García, es, sin embargo, muy influyente. Y, consiguientemente, sospecho, se consumará la escisión de Sumar con Unidas Podemos, con Pablo Iglesias hostigando a Yolanda Díaz ‘desde fuera’ y las ‘ministras a palos’ Ione Belarra e Irene Montero haciéndolo ‘desde dentro’.

Cuánto influirá esta batalla, en la que se verán involucrados PNV, Esquerra Republicana de Catalunya y Bildu, en los resultados que pueda obtener Pedro Sánchez, sin duda en alianza con Yolanda Díaz, resulta ahora muy difícil de medir, y ningún sondeo lo ha hecho cabalmente. Lo que sí es seguro es que Sánchez aún no ha agotado el contenido de la caja de las sorpresas: le quedarán así seis meses para sacar conejos, presidencias europeas y crisis ministeriales de la prolífica chistera.

Más fácil es calcular lo que podría resultar de una ruptura pública de cualquier alianza futura entre el PP y Vox: seguramente, dicen prácticamente todos los estudios demoscópicos, Alberto Núñez Feijóo no llegaría a La Moncloa. Por eso mismo, y aunque las diferencias y las antipatías mutuas sean bastantes, esa ruptura sin marcha atrás se me antoja improbable; más bien pienso que ambos partidos acabarán anunciando algún tipo de compromiso de no agresión que les deje las manos libres para actuar en función de los resultados de los comicios de diciembre. Pero, como ven, todo, todo, comienza este 29-m hacia el que nos encaminamos con paso no sé si firme, pero sí irreversible.

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¿Debe venir ahora a España el emérito?

Enviado por Fernando Jáuregui | 16/04/23


(hay que restablecer la imagen de sintonía entre padre e hijo)
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Contra lo que se pensó hace tres años que ocurriría, porque en España todo ‘affaire’ se olvida en pocas semanas para ser sustituido por algo ‘más gordo’, la salida de España de Juan Carlos I hace casi tres años para irse a vivir a Abu Dabi permanece como una permanente y viva anomalía política. Si, para colmo, el llamado emérito, sin duda ya la figura más polémica en la historia de la España democrática, viene ‘por sorpresa’ al país en el que ocupó la Jefatura del Estado durante cuarenta años, sin siquiera consultar la cuestión con su hijo el Rey Felipe VI y, encima, llega en pleno combate preelectoral, la cuestión adquiere un elevado voltaje. La Corona no puede, en momentos en los que todo, o casi todo, está cuestionado y sometido a debate, verse involucrada en una polémica, y menos en una familiar de esta envergadura.

Algo marcha mal en este terreno, precisamente cuando las figuras de Felipe VI y de su esposa, la reina Letizia, alcanzan cotas de popularidad que para sí las quisieran los políticos mejor acogidos por los sondeos de opinión. El viaje de Juan Carlos I para participar en una regata en Sanxenxo, sin siquiera, a lo que parece, haber prevenido a La Zarzuela, es, en estos momentos, “inoportuno”. Así, dicen, lo piensan tanto en la irritada Casa del Rey como en el Gobierno, donde saben que la incómoda llegada del emérito hará renacer las tesis de que su salida de España, el escándalo de sus irregularidades, fueron mal gestionados, tanto desde La Zarzuela como desde La Moncloa. Y aquí, en lo que esta semana puede ocurrir, están las pruebas.

Juan Carlos de Borbón no es un ciudadano cualquiera que puede hacer lo que le parezca, aunque legalmente sea así: se debe a la institución que ahora encarna su hijo. Y Felipe VI no puede seguir permitiendo que se ofrezca la imagen, derivada de las malas relaciones de su entorno con el de su padre, de un enfrentamiento familiar que puede traer serias consecuencias para la Corona, especialmente si Juan Carlos falleciese fuera de su patria y en tierras tan extrañas como los emiratos.

Es preciso un cambio de interlocutores en ambos entornos para que, al menos, se solventen problemas de protocolo –que es siempre la mayor fuente de conflictos entre los humanos– tan graves como que el emérito sea eventualmente recibido por Macron y por Carlos III de Inglaterra y no se encuentre siquiera con su hijo en Madrid. Es urgente que Juan Carlos I encuentre ya acomodo en España, independientemente de sus deseos de mantener su fácil vida en Abu Dabi; y, para ello, lo más necesario es que los círculos próximos de padre e hijo se entiendan, al menos dialoguen en profundidad.

Juan Carlos I no podría reclamar honores y reconocimientos que probablemente ha perdido por su propia culpa. Ni tampoco comportarse como un niño travieso que, amparado por amigos como el regatista Pedro Campos, por cierto compañero mío de colegio y con quien no he podido tratar estos extremos, puede hacer lo que le venga en gana. Pero, al mismo tiempo, creo que tiene derecho a residir pacífica y confortablemente en el país en el que reinó durante cuatro décadas. Ese país inquieto, bullicioso y hasta cierto punto inestable, en el que se va a librar una importante batalla electoral que condicionará muchas cosas en el futuro.

Y la Monarquía no puede ser una parte, y encima sustancial, de esa batalla que afecta desde a la ley del ‘sí es sí’ que se vota este jueves hasta a la gestión de la sequía y al coto de Doñana, o a la polémica sobre si la nueva regulación de la vivienda mejora o arruina el mercado del alquiler, por poner apenas unos ejemplos. Todos estos debates sin duda pasarán, porque en parte son impostados y exagerados por las partes en conflicto; pero el que afecta a la forma del Estado no pasará, porque de él dependen muchos valores básicos de nuestra política.

Qué más quieren algunos socios del Gobierno del Reino de España que una buena polémica que afecte a esa forma del Estado, precisamente en estos momentos en los que todo vale en la lucha por el poder y cuando deberíamos todos estar concentrados en torno a cuestiones más urgentes e importantes para nuestras vidas cotidianas. La Corona ha de estar por encima de debates, sustos, sorpresas y rencillas internas. Creo que Felipe VI, un gran profesional, lo sabe, aunque quizá algunos de sus asesores no lo demuestren tanto. En cuanto a Juan Carlos I, hay que reconocer que acaso se deje llevar por algunas veleidades, pero no me cabe duda ni de su amor a España ni de su vinculación, faltaría más, a la causa que ahora encarna, y muy bien, su hijo. No, esta visita no debería producirse ahora, pienso yo también.

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