Abascal injuria a los periodistas

Enviado por Fernando Jáuregui | 21/03/23

Que Santiago Abascal comenzase su discurso en la moción de censura contra Pedro Sánchez (¿o era contra Núñez Feijoo?) atacando sin mesura a los medios de comunicación no debería sorprendernos. Es algo que está en el guion de la mayor parte de las intervenciones públicas del líder de Vox, que este martes, en la sesión parlamentaria más inédita desde aquella de un 23 de febrero hace 43 años, se permitió no insinuar, sino afirmar rotundamente, que los medios –o la mayor parte—están a sueldo de los partidos y de los poderes. Aseveró que actúan al dictado; que ya tenían los comentarios, los editoriales y el tono de las tertulias decididos de antemano por quienes les pagan –y miraba Abascal hacia las bancadas de PSOE y del PP– al margen del salario que reciben de sus empresas.

Yo, que sí he hablado de que esta moción de censura era ‘un circo’, ‘un sinsentido’ y, más, una falta de respeto al Parlamento, que son conceptos que, según Abascal, nos ordenan emplear a los periodistas quienes ‘nos pagan’, aseguro que nadie me ha dado consigna alguna para que dijese algo que es obvio: que eso era un espectáculo circense. Nadie me ha pagado nada al margen del por otra parte modesto estipendio, cuyas facturas pongo a disposición del señor Abascal, que recibo por mis colaboraciones. Lo mismo que la inmensa mayoría de mis compañeros. Y desafío al líder de Vox a que demuestre lo contrario, cosa que procuraré que trate de hacer, y no logrará, ante las instancias correspondientes.

Sí, somos muchos los periodistas críticos con Vox porque, en primer lugar, pueden no gustarnos sus postulados políticos, perfectamente legítimos, pero a mi juicio, inconvenientes para España. Lo que no quiere decir que algunos otros postulados del Gobierno al que se trataba de censurar sean lo que a mí país le conviene. Me aburrió la larga pieza de auto propaganda de Sánchez para responder a la censura de Abascal, y me pareció injusto, desenfocado y excesivo mucho de lo que el líder de la derecha radical dijo.

Ni un discurso ni otro, ni el de Tamames, el peculiarísimo candidato presentado por Vox, que nos aburrió de lo lindo, me parece que vayan a cambiar esta nación a mejor ni contribuirán a la mejor historia de la brillantez del parlamentarismo español. Para eso, mejor, como hizo Feijoo, no haber ido. O incluso que todo un grupo parlamentario, el Popular, a quien los oradores aprovecharon para sacudir a modo porque era el enemigo común, se hubiese ausentado de la Cámara. Portazo al show.

Por eso, por la irrelevancia parlamentaria de este acto, me quiero fijar en algo que es más que un mero detalle. Que el representante de la que es tercera fuerza política del país injurie tan seria y gravemente desde el atril a todo un colectivo, el de mis compañeros informadores, que ha dado lo mejor de sí durante el confinamiento, que se esfuerza en mantener un equilibrio de cierta neutralidad –no siempre se logra, es verdad—en medio de la política ‘de testosterona’ y de confrontación, resulta, simplemente, inaceptable.

Abascal nos ha acusado de un delito, aceptar dones procedentes de una presunta malversación. Nos ha llamado corruptos, tratando de menoscabar nuestra credibilidad, y su grupo , más de medio centenar de diputados, le ha aplaudido. No aplaudió esto Tamames, es verdad (bueno, de hecho no aplaudió nada del discurso de Abascal) y dudo de que los votantes de Vox, algo más de tres millones y medio, le secunden así, sin más, en sus descalificaciones al llamado ‘cuarto poder’: si de veras tiene pruebas de que hay periodistas comprados, que las lleve, con nombres y apellidos, a los tribunales. O a la propia prensa.

Si no, quien debería llevar a los tribunales al líder de un partido que no deja entrar en sus actos a muchos de mis compañeros ‘incómodos’, y que tan seriamente nos injuria y nos calumnia, somos los maltratados periodistas. Porque ¿quién nos defiende a nosotros de la peor moción de censura, la que calumnia sin pruebas ni justificación? Y no, no me bastó escuchar al presidente del Gobierno decir que “los medios de comunicación en este país son libres e independientes” y que “los trabajadores” –quiso precisar Sánchez, excluyente—resisten a las presiones. Poco desagravio es, procedente de quien tanto ha atacado las ‘presiones mediáticas’, sugiriendo la dependencia de los medios, de muchos medios, de esos grades poderes económicos que a él tanta inquina le producen.

No, definitivamente no caemos bien a algunos poderosos políticos: ni al Gobierno socialista, ni a Podemos –hay que ver las cosas que dispara Pablo Iglesias desde las tribunas que le ceden—ni, desde luego, al partido de la derecha extrema. Algo, sospecho, estaremos haciendo bien cuando toda esta gente, algunos de los cuales tan errados andan en tanto, nos repudia de tal manera.

fjaur[email protected]

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El que no juega, y la banca, siempre ganan en los casinos. Y en los circos

Enviado por Fernando Jáuregui | 19/03/23

(este no será el ganador)

(estos, tampoco)

(ni estos)
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Qué remedio que hablar aquí, para rebosar el hartazgo ante lo ridículo, de la famosa moción de censura. Este domingo muchos medios entrevistaban a Ramón Tamames, que sigue diciendo cosas desconcertantes para sus patrocinadores, como que Feijoo es un político razonable o que Sánchez tiene coraje político. Claro, la moción la van a perder estos patrocinadores y la van a ganar los dos principales rivales en la arena de este circo. Ni Vox, ni Tamames, ni, Yolanda, ni, desde luego, Podemos, ni los nacionalistas, que acuden con palomitas apenas a contemplar el espectáculo. El ganador de la absurda moción va a ser el ausente, aunque sabe que los presentes le van a sacudir de lo lindo. Bueno, y Sánchez, claro, que, como la banca en los casinos, siempre gana.

Cuando lo reinante es la confusión, lo mejor es no estar inmerso en ella. Pienso que Alberto Núñez Feijoo hace bien en no acudir a la jaula de grillos y abstenerse a la hora de la votación: así, no apoya ni al disparate de Vox ni a un Gobierno al que considera, creo que precipitadamente, en tiempo de descuento, cuarteado, casi en funciones. Quizá, deslumbrado por sus encuestas y por su encuestador de cabecera, que le dice que el PSOE no puede, simplemente no puede, ganar las elecciones, el presidente del PP, a punto de cumplir su primer aniversario (1 de abril) en el cargo, se esté dejando llevar de un exceso de confianza. Pero hace bien en desentenderse de una moción de censura que en teoría es contra Pedro Sánchez, pero que en realidad es contra Feijóo, que es la figura emergente a la que se dirigirán los tiros verbales en el espectáculo político más apasionante, por surrealista, de la década. Se agotan las entradas.

Y probablemente, quien más disparará su verbo agresivo contra el líder de la oposición será el propio Sánchez, que ‘perdonará la vida’ al catedrático ex comunista nonagenario que va a censurarle y que seguramente hablará muy poco, o nada, de Feijoo. No como Sánchez, que vaya si atacará, incluso comparándole con el olvidado Pablo Casado, incluso sacando a relucir fotos que amarillean, al presidente del PP. Equivocándose, una vez más, en la estrategia de confrontación que le aconsejan asesores externos a La Moncloa.

Porque, al no estar en el hemiciclo para responder a los golpes, algunos bajos, Feijoo tiene todo el espacio exterior para actuar y se le dedicará probablemente una atención más selectiva de la que hubiera recibido de haber sido un contendiente más. Hay ausencias que en determinadas ocasiones son más que presencias. Yo diría que el líder del PP ha actuado razonablemente bien estas semanas de algarabía generalizada, limitándose a presentar su ‘think tank’, que cuenta con figuras muy respetables, y a rescatar a ex ministros de la era Rajoy que aún conservan buena imagen.

Ahora, a Feijoo solo le queda presentar un programa de actuación con ideas razonables –no, no va a bastar con decir que derogará todo lo hecho por los socialistas–, estudiar inglés por las noches y sonreír un poco más empáticamente en los agrestes cenáculos madrileños. Pero, por supuesto, todo eso será cuando pase este frenesí fallero, este disparate e(moción)ante, el jolgorio de patio de colegio animado por el ‘tamamazo’ del viejo profesor de los atuendos chillones. Entonces, Sánchez cambiará a un par de ministras, o tres, ya veremos, y empezará la guerra en serio. Y ahí sí va a estar Feijoo de cuerpo presente. El viejo bipartidismo; vuelve, que te perdonamos.

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El ‘día del padre’. O mejor, el del ‘padrecito’

Enviado por Fernando Jáuregui | 18/03/23


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Hay muy pocos padrecitos y muchos aspirantes a ‘apadrinarnos’
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De pronto, se me ocurrió que este comentario, aparecido en la festividad de San José Obrero, cuando se celebra el rentable invento comercial del ‘día del padre’, debería ir titulado como ‘el día del padrecito’. No pensaba, desde luego, en la odiosa figura de José Stalin, a quien se le atribuyen treinta o más millones de asesinatos y a quien los sufridos rusos motejaron con el tolstoyano apodo de ‘el padrecito’, que bien podría serle hoy dedicado, con igual sarcasmo, al cruel Putin. En realidad, la idea que motivó el titular de este texto estaba más bien inspirada en la genial película de Mario Moreno, ‘Cantinflas’, aquel cura humilde, ‘el padrecito’, que llegó para regenerar las costumbres de un pequeño pueblo mexicano.

Dí en pensar, en la víspera de un ‘día del padre’ muy particular, como el de este año, acerca de quién sería el ‘padrecito’ regenerador, el émulo en nuestra sociedad algo envilecida de aquel humilde padre Sebastián que aterrizó en la villa de San Jerónimo el Alto para, sin proponérselo acaso, enderezar tantas cosas torcidas por años de incuria, dejadez e injusticia. Y llegaba esta reflexión en unos momentos en los que la política española acentúa muchos más rasgos de un intolerable paternalismo que de una paternidad responsable por parte de quienes dicen representarnos o aspiran a ello en las cercanas elecciones.

Hay aspirantes a ‘padrecitos’ –confío en que no a la estalinista manera, claro—que velan por nuestros intereses, o más bien dicen hacerlo, desde las sombras, utilizando redes sociales o televisiones semiclandestinas para tratar de orientar el pensamiento de la ‘verdadera’ izquierda. Y candidatos a ‘padrecitos’ que tratan de hacernos ver, por vericuetos realmente curiosos que enlodan el Parlamento y a través de personajes pintorescos, las bondades de la más prístina derecha. Desde ambos extremos, que de alguna manera podrían representar a los oligarcas de San Jerónimo en el filme, se regaña, en aras de la ‘verdadera fe’, a quienes vienen con ideas y mensajes nuevos, alejados de los viejos eslóganes que tanto han servido para que ‘nada cambie, de manera que todo siga igual’.

A estos ‘padrecitos’, que, con sus ocurrencias y maniobras orquestales en la oscuridad, tratan de encauzarlo todo por la vereda de sus intereses, les dedico hoy estas humildes líneas en la festividad de un santo que me resulta particularmente simpático, por obrero y por prudente. Y ya digo: hoy, día del padre, o del ‘padrecito’, toca pensar más en el modesto ‘Cantinflas’ regenerador que en los ‘estálines’ destructores, a los que confiemos que les llegue pronto su merecido castigo, y también, aunque se sitúen en muy otro plano, más que en esos ‘padrecitos’ aprovechados que solo buscan más de lo mismo: el poder.

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‘Periodismo 2030’: tres años que han alterado nuestro mundo, tal como lo conocíamos

Enviado por Fernando Jáuregui | 13/03/23



Aquel 15 de abril iba a abrir un período frenético en nuestras vidas

Fernando Jáuregui y Sergio Martín

Pidamos, de antemano, perdón por la auto cita, debilidad en la que hemos caído al comprobar que hace precisamente hoy tres años que se inició la que sin duda ha sido la época más frenética de nuestras existencias. Aquel mismo día, en la Asociación de la Prensa de Madrid, un grupo de periodistas, encabezados por Fernando Jáuregui y Sergio Martín, presentábamos un foro de análisis, Periodismo 2030, sin saber que nos iba a tocar contar, día a día, episodios azarosos que iban a cambiar nuestras vidas de una manera profunda, que nos iba a mudar ‘todo a la vez y en todas partes’. La crónica periodística de estos tres años es la de la perplejidad agitada.

Ese 14 de marzo de 2000 el Gobierno decretaba un estado de alarma frente al virus que había aparecido en Wuhan. Cómo imaginar entonces que más de ciento veinte mil personas –el número definitivo seguimos sin conocerlo—iban a morir afectadas por el Covid 19, término que hasta ese día nos era desconocido. Mal que bien, con los zigzags y las opacidades informativas impuestas por todos los gobiernos –desde luego, también el español–, los medios fuimos contando lo que pasaba en la sanidad, pero también en una economía que amenazaba con hundirse en la catástrofe, asfixiada por el confinamiento.

Cambios sin precedentes en los poderes del Estado

Y, claro, tuvimos que encarar movimientos sociales y políticos sin precedentes, que afectaron a la división de poderes y a las instituciones. El Judicial y el Legislativo vivieron auténticos terremotos: ahí está la ‘renovación’ del Tribunal Constitucional o ese continuo bochorno parlamentario que ha desembocado en la moción de censura de Vox protagonizada por Ramón Tamames, que es una especie de catarsis surrealista que ocurrirá en una semana. El Ejecutivo mudaba profundamente con la salida rocambolesca del vicepresidente Pablo Iglesias, sustituido en el protagonismo por una Yolanda Díaz por fin a punto de lanzarse, dicen, a concretar su proyecto, acompañada (o no) de las dos ministras más polémicas del Gobierno de Pedro Sánchez. Que, a punto de cumplirse nueve años de su lanzamiento al estrellato político (en las primarias socialistas de junio de 2014), es una figura a la que los informadores no hemos sabido aún, y esto es una autocrítica, calibrar en todas sus dimensiones: sigue siendo capaz de sorprendernos, en lo positivo y en lo negativo, cada semana.

Claro que la propia Jefatura del Estado, con la marcha a Abu Dabi, tras no poco escándalo, del llamado rey emérito, que allí sigue, se ha visto no poco afectada en su estructura, en su esencia y en sus perspectivas en estos tres años convulsísimos. Vuelvo a parafrasear el título de la desconcertante película ganadora en los Oscar, ‘todo a la vez en todas partes’, para reiterar que, mejor o peor, los periodistas hemos tenido que entrar en todos esos y otros frentes, incluido el de la guerra inesperada en Ucrania, que ya ha superado el primer año de sufrimientos impuestos por Putin. Y esos frentes han sido, sigamos con la autocrítica, demasiados como para entenderlos en todas sus dimensiones: seguramente, ni quienes están propiciando desde los poderes todas las mudanzas a la vez en todas partes entienden cabalmente las últimas consecuencias de lo que están haciendo.

Algo así como una autocrítica

Autocritica, sí, y la excusa de que nadie sería capaz de aprehender cabalmente y en profundidad tanta novedad, desde el boom del teletrabajo y las webinars hasta el de la inteligencia artificial y el metaverso. Personalmente, y en lo poco que nos cabe, confesamos sentirnos abrumados por la responsabilidad de tener que ser alguna vez ’todólogos’ en un mundo que se complica y en el que es imposible abarcarlo todo: muchos flecos quedan necesariamente sueltos todos los días. Hemos visto, en este tiempo, imágenes inconcebibles: un tipo vestido de búfalo poniendo los pies sobre la mesa del presidente del Senado de los Estados Unidos o a un señor esquiando en la Puerta del Sol en medio del mayor fenómeno climático de un siglo. Hemos visto la conmoción en el principal partido de la oposición, la llegada de Núñez Feijoo, la caída de tantos líderes que parecían intocables en movidas que no fuimos capaces de anticipar.

Pero, a la vez, declaramos nuestro orgullo por militar en una profesión que ha sido heroicamente capaz de seguir sacando sus periódicos a la calle todos los días, con los quioscos y los bares cerrados. Capaz de que compañeros y compañeras de profesión saliesen, armados apenas de sus micros y de una mascarilla que se nos llegó a decir que no era necesaria –¿qué fue de aquel Fernando Simón, que tanto protagonismo acaparó?–, a informar desde aquellos puntos que nadie se atrevía a visitar, como los hospitales o los centros de mayores. Sí. A la hora de volver la vista atrás y tomar impulso para dar los pasos adelante en la nueva era que nos echa encima, el papel que han jugado y que jugarán los medios merece una reflexión y una calificación acaso no del todo negativas. Pensamos que, con los altibajos que se quieran, que los ha habido desde luego, los medios al menos han cumplido con su deber. Hay que confiar en que ahora, con todo lo (imprevisible) que viene, seguirán haciéndolo. Los periodistas estábamos, estamos, allí para contarlo. Al menos, mientras nos dejen.

Un foro muy activo

Para nosotros, los de ‘Periodismo 2030’, estos tres años han sido de gran actividad. Pese a las restricciones de movimientos, pese a los temores y cautelas que una pandemia impone. Han sido unos años de zooms, pero también de actividad presencial: hemos hecho casi un centenar de actos en diversos foros, especialmente –más de veinte—en universidades; hemos grabado sesenta horas de vídeos con los más notables comunicadores del país, hemos hecho un libro (‘Periodismo 2030, recetas para la era de la comunicación digital’, ed Almuzara) y hemos realizado dos encuestas, la segunda de las cuales estamos ahora presentando por diversas ciudades españolas (Valladolid, Barcelona, el próximo día 22 Santiago de Compostela, luego Santander, Bilbao, Sevilla, Málaga, Madrid…).

Tenemos, en colaboración con la Fundación AXA, con las universidades que nos acompañan, con la Agencia de las Naciones Unidas para la Formación, muchos planes de actuación para seguir investigando en el futuro de la comunicación de una era apasionante, ya decimos que imprevisible, que se planta ante nosotros.

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Cómo han cambiado nuestras vidas

Enviado por Fernando Jáuregui | 13/03/23

—En estos tres años hemos visto imágenes que jamás pudimos imaginar—

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Allí, en la Asociación de la Prensa, 15 de marzo de 2020, Sergio Martín y yo presentamos el foro ‘periodismo 2030’
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Pido, de antemano, perdón por la auto cita, debilidad en la que he caído al comprobar que hace precisamente hoy tres años que se inició la que sin duda ha sido la época más frenética de nuestras existencias. Aquel mismo día, en la Asociación de la Prensa de Madrid, un grupo de periodistas, enabezados por Sergio Martín y por mí mismo, presentábamos un foro de análisis, Periodismo 2030, sin saber que nos iba a tocar contar, día a día, episodios azarosos que iban a cambiar nuestras vidas de una manera profunda, que nos iba a mudar ‘todo a la vez y en todas partes’. La crónica periodística de estos tres años es la de la perplejidad agitada.

Ese 14 de marzo de 2000 el Gobierno decretaba un estado de alarma frente al virus que había aparecido en Wuhan. Cómo imaginar entonces que más de ciento veinte mil personas –el número definitivo seguimos sin conocerlo—iban a morir afectadas por el Covid 19, término que hasta ese día nos era desconocido. Mal que bien, con los zigzags y las opacidades informativas impuestas por todos los gobiernos –desde luego, también el español–, los medios fuimos contando lo que pasaba en la sanidad, pero también en una economía que amenazaba con hundirse en la catástrofe, asfixiada por el confinamiento.

Y, claro, tuvimos que encarar movimientos sociales y políticos sin precedentes, que afectaron a la división de poderes y a las instituciones. El Judicial y el Legislativo vivieron auténticos terremotos: ahí está la ‘renovación’ del Tribunal Constitucional o ese continuo bochorno parlamentario que ha desembocado en la moción de censura de Vox protagonizada por Ramón Tamames, que es una especie de catarsis surrealista que ocurrirá en una semana. El Ejecutivo mudaba profundamente con la salida rocambolesca del vicepresidente Pablo Iglesias, sustituido en el protagonismo por una Yolanda Díaz por fin a punto de lanzarse, dicen, a concretar su proyecto, acompañada (o no) de las dos ministras más polémicas del Gobierno de Pedro Sánchez. Que, a punto de cumplirse nueve años de su lanzamiento al estrellato político (en las primarias socialistas de junio de 2014), es una figura a la que los informadores no hemos sabido aún, y esto es una autocrítica, calibrar en todas sus dimensiones: sigue siendo capaz de sorprendernos, en lo positivo y en lo negativo, cada semana.

Claro que la propia Jefatura del Estado, con la marcha a Abu Dabi, tras no poco escándalo, del llamado rey emérito, que allí sigue, se ha visto no poco afectada en su estructura, en su esencia y en sus perspectivas en estos tres años convulsísimos. Vuelvo a parafrasear el título de la desconcertante película ganadora en los Oscar, ‘todo a la vez en todas partes’, para reiterar que, mejor o peor, los periodistas hemos tenido que entrar en todos esos y otros frentes, incluido el de la guerra inesperada en Ucrania, que ya ha superado el primer año de sufrimientos impuestos por Putin. Y esos frentes han sido, sigamos con la autocrítica, demasiados como para entenderlos en todas sus dimensiones: seguramente, ni quienes están propiciando desde los poderes todas las mudanzas a la vez en todas partes entienden cabalmente las últimas consecuencias de lo que están haciendo.

Autocritica, sí, y la excusa de que nadie sería capaz de aprehender cabalmente y en profundidad tanta novedad, desde el boom del teletrabajo y las webinars hasta el de la inteligencia artificial y el metaverso. Personalmente, y en lo poco que me cabe, confieso sentirme abrumado por la responsabilidad de tener que ser alguna vez ’todólogo’ en un mundo que se complica y en el que es imposible abarcarlo todo: muchos flecos quedan necesariamente sueltos todos los días. He visto, en este tiempo, imágenes inconcebibles: un tipo vestido de búfalo poniendo los pies sobre la mesa del presidente del Senado de los Estados Unidos o a un señor esquiando en la Puerta del Sol en medio del mayor fenómeno climático de un siglo. He visto la conmoción en el principal partido de la oposición, la llegada de Núñez Feijoo, la caída de tantos líderes que parecían intocables en movidas que no fuimos capaces de anticipar.

Pero, a la vez, declaro mi orgullo por militar en una profesión que ha sido heroicamente capaz de seguir sacando sus periódicos a la calle todos los días, con los quioscos y los bares cerrados. Capaz de que compañeros y compañeras de profesión saliesen, armados apenas de sus micros y de una mascarilla que se nos llegó a decir que no era necesaria –¿qué fue de aquel Fernando Simón, que tanto protagonismo acaparó?–, a informar desde aquellos puntos que nadie se atrevía a visitar, como los hospitales o los centros de mayores. Sí. A la hora de volver la vista atrás y tomar impulso para dar los pasos adelante en la nueva era que nos echa encima, creo que el papel que han jugado y que jugarán los medios merece una reflexión y una calificación acaso no del todo negativas. Pienso que, con los altibajos que se quieran, que los habido desde luego, los medios al menos han cumplido con su deber. Hay que confiar en que ahora, con todo lo (imprevisible) que viene, seguirán haciéndolo. Los periodistas estábamos, estamos, allí para contarlo. Al menos, mientras nos dejen.

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Un Oscar para Pedro Sánchez

Enviado por Fernando Jáuregui | 12/03/23


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¿Hay mejor ejemplo de meta realidad que las campañas incomprensibles del Ministerio de Igualdad, que se gasta un dineral en esto?
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El título de la película favorita en las premios Oscar me sirve, a la vez, para titular este comentario. Porque el título, y el temario del filme, el metaverso y el multiverso, tiene mucho que ver con la situación que vivimos, un intento de cambiarlo, o alterarlo, todo. A la vez. En todas partes. O, al menos, en esta parte del mundo que nos ha tocado habitar, que obviamente no es la peor, pero que podría ser bastante mejor. Sánchez, el omnipresente, parece vivir a veces en un universo post-realidad, de Supermán, ese entorno que, según la definición del metaverso, fusiona la realidad física con la virtualidad digital. De aquí a las vacaciones de Semana Santa, nos esperan, me parece, varios episodios que casi nos llevan a un ‘omniverso’ onírico de fantasías políticas.

Algunas veces he dicho que esta política ‘líquida’ que puede incluso amenazar con ahogarnos (consultar el tan citado, y hasta leído, libro de Bauman) no se aleja de la idea del metaverso, en el que todo puede llegar a parecer posible. O sea, ya digo, Sánchez, que consigue quebrar su propio Gobierno y, a la vez, ofrecer un mundo virtual en el que parece que todo sigue incólume, que nada va a romperse. Que es capaz de remodelar el Gobierno –ya llega—sin que, en verdad, haya una remodelación (sólo será una verdadera crisis si destituye a la pareja Irene Montero/ione Belatrra y a algún otro/a ministro/a incompetente; si no, va a ser un mero retoque cosmético y obligado). Que parece poder presentarse en dos lugares a la vez, sin que quienes le seguimos a través de los medios podamos frecuentemente saber si está en Siria o en Soria, en Guatemala o en Guatepeor, sin que él mismo, en su apresuramiento hacia ese ambicioso omniverso, sea capaz de no confundir Kenia, donde se hallaba, con Senegal, a ocho horas y media de vuelo en avión.

Veremos si la metapolítica presidencial sigue logrando el milagro de lograr que, cuando le fallan sus aliados del Frankenstein, acuda Feijoo en su ayuda para sacar adelante las reformas de la ‘ley del sí es sí’, que aún aguarda su tramitación parlamentaria y, por tanto, nuevas batallas siderales entre el PSOE y su aún socio Podemos. Que, por cierto, también está inmerso en su propia meta realidad, sin que a estas alturas sepamos quién va a liderarlo, si sumará o restará con Yolanda Díaz, si la anormalidad seguirá aparentando normalidad plena, etc. Claro que, para metaversos líquidos y surrealistas, lo de Ramón Tamames como candidato de Vox a la presidencia del Gobierno en una moción de censura de imposible triunfo…excepto, claro, para el censurado, el hombre que está en todas partes y es capaz de hacer todo a la vez, lo cual, siguiendo el viejo refrán castellano, ‘el que mucho abarca, poco aprieta’, acaba saliendo pocas veces bien. Más bien, sale mal.

Ignoro, claro, cuáles son los planes del gran ‘metaversador’, si es que él los tiene a medio plazo y si el palabro existe, aunque creo que su aprobación por la RAE va a traer más cola que la tilde de ‘sólo’. Sí puedo afirmar que en los quince días hábiles que nos quedan de este mes de marzo vamos a vivir algunas convulsiones políticas que parecen salidas de la mente de Spielberg cuando filma dinosaurios, convulsiones a las que, entre unos y otros, cada vez nos tienen más acostumbrados. No se pueden abrir todos los cajones a la vez, en todas partes, sin estar seguros de saber cómo cerrarlos. Y, a la vez, pretender atraer constantemente la atención de los espectadores, o sea, de los votantes, que acaban ‘pasando’ muy mucho del espectáculo virtual, percibiendo que, como la inteligencia artificial o el universo líquido, son inaprehensibles y, a la hora de la verdad, no dan de comer sino a sus inventores. O a sus imitadores.

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La política ‘líquida’ de Pedro Sánchez

Enviado por Fernando Jáuregui | 11/03/23

–La política española es como la liquidez: inaprehensible. Y transitoria. Todo pasa bajo los puentes de Sánhez…Que se lo digan a Pablo Casado, a Pablo Iglesias, a Albert Rivera, a Ivan Redondo…Sólo Sánchez permanece–
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La última imagen de la semana es ese vídeo del PSOE, acompañado de un nuevo lema, “defiende lo que piensas”, para ilustrar la precampaña electoral que culminará en las urnas autonómicas y municipales dentro de setenta y siete días. Estas últimas jornadas han sido, en todo caso, pródigas en otras fotografías, alguna tan impactante como la de Ione Belarra e Irene Montero solas, como amparándose mutuamente, en los escaños azules reservados al Gobierno en el Congreso de los Diputados. O como la del ministro de Seguridad Social, literalmente tapado por los periodistas a la puerta del Ministerio, respondiendo sin responder a las muchas preguntas que pululan sobre la novísima reforma de las pensiones. Muestras todas, a mi juicio, de esa política ‘líquida’ que amenaza con ahogarnos.

De alguna manera y si bien se consideran, son estas imágenes otros tantos ejemplos del vertiginoso cambio que se está operando en la vida política y social de España. Que el PP de Núñez Feijoo votase con el Gobierno una reforma de la ‘ley del sí es sí ‘contra la que votaba una parte de ese Gobierno debería ser indicativo de lo, repito el adjetivo, ‘líquida’ que es la política española, en el sentido que el genial Zygmunt Bauman quiso dar al término: una situación en la que las realidades sólidas se han desvanecido, dando paso a un mundo más precario, provisional. Un mundo más amparado en la apariencia que en lo tangible. Se abren todos los cajones de lo hasta ahora establecido en tantos ámbitos de nuestras vidas sin estar seguros de cómo cerrarlos, porque lo importante es la actividad por la actividad, la sensación de dejar atrás valores ‘caducados’.

De ahí lo inaprehensible que nos resulta toda esta danza y mudanza en nuestro entorno. Desde la propia reforma de las pensiones, que anticipa una batalla entre patronal y sindicatos (y Gobierno, claro) a lo que se pretende hacer con las universidades, pasando por la vivienda, todo galopa, sin sedimentarse, sobre nuestras cabezas. ¿Por qué camino se nos lleva?¿Qué pretenden quienes nos representan?

Pedir, en este contexto, a los electores que ‘defiendan lo que piensan’, que es el último desafortunado eslogan publicitario de quienes nos gobiernan, resulta una instrucción difícil de cumplir. Percibir bien las cosas para poder pensar qué es lo que nos conviene requiere que esas cosas nos sean presentadas de manera inequívoca, tras un debate entre las opiniones enfrentadas o discrepantes que nos ayude a percibir mejor la oferta y la demanda que se nos hace.

Pero ya se ve que no hay debate ni sobre los fondos ni sobre las formas y que el desconcierto es la única realidad segura que se percibe en el fondo de las encuestas a los ciudadanos. Y entonces las preguntas iniciales que uno se cree autorizado a hacerse son: ¿defienden quienes nos representan lo que piensan?¿piensan lo que dicen?¿dicen lo que piensan?¿Piensan? Y es que la liquidez impide ver el panorama con claridad. Quizá es lo que se pretende, quién sabe.

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Parábola del noruego que no entendía nada de por aquí

Enviado por Fernando Jáuregui | 08/03/23

Madrid, el pasado martes. Llega un colega noruego que busca hacer un reportaje sobre cómo anda España. Le explico que esa tarde se celebra una sesión importante en el Congreso de los Diputados en torno a la ley del ‘solo sí es sí’. Ellos, me dice, tienen una ley parecida en su país.

— La aprobarán todos, por supuesto_ me dice

— No. Se trata de aprobar la toma en consideración de una enmienda que el Gobierno presenta a la ley que elaboró y aprobó el Gobierno; pero resulta que la parte del Gobierno que hizo la ley, que está dando malos resultados, se opone a enmendarla, pese a que eso significa que en este tiempo se van a reducir las penas a muchos violadores y maltratadores.

— ¿Y era eso, reducir las penas, lo que pretendía el Gobierno?

— No, era todo lo contrario, pero ya digo que la hicieron mal. O al menos eso reconoce una parte del Gobierno, no la otra.

— Entonces la enmienda no saldrá, porque entre la parte del Gobierno que dice no y la oposición de siempre, que lógicamente se opondrá, será derrotada.

— Pues tampoco es así, porque la oposicion de siempre, la conservadora, apoya la reforma del Gobierno socialista, de manera que la ley elaborada por la otra parte del Gobierno no salga adelante.

El noruego empezaba a creer que le estaba tomando su rojizo pelo.

— Entonces, ¿la oposición tradicional apoya al Gobierno mientras una parte del Gobierno se opone a la otra parte del Gobierno?

— Sí, la parte del Gobierno que encabeza el presidente Sánchez sacará adelante la toma en consideración de su propuesta de reforma gracias a que la derecha, aunque mutuamente se odian, lo apoya. Y tendrá más votos que la parte del Gobierno que no apoya la reforma de la ley del Gobierno, aunque esta parte tiene el apoyo de otros partidos que hasta ahora han sostenido a la parte del Gobierno de Pedro Sánchez.

— Ya. Y Pedro Sánchez lanzará un discurso esta tarde en el Congreso apoyando su reforma.

— No. Pedro Sánchez no tiene previsto acudir al Congreso, ni tampoco los demás ministros, menos las dos ministras del Gobierno de Pedro Sánchez que hicieron la ley del Gobierno y que se van a quedar solas en la bancada azul, la gubernamental, proclamando que Pedro Sánchez estáalineado con la extrema derecha. Es más: aseguran que Sánchez ni va a acudir a votar.

El noruego tomaba notas, frenético. Era obvio que no entendía nada.

— Claro, y esta es la primera discrepancia seria entre las dos partes del Gobierno.

— No; discrepan en todo, desde la forma del Estado monárquica o republicana hasta la alineación en la Alianza Atlántica o el envío de armas a Ucrania.

— O sea, que Sánchez va a echar a las dos ministras que casi le llaman fascista.

— Claro que no. Sigue asegurando que su Gobierno va bien y va a durar hasta las elecciones generales, allá por diciembre.

— Pero esto… es muy extraño. Entonces, ¿ningún grupo va a censurar este comportamientos, o estos comportamientos tan opuestos en un mismo Gobierno?

— Sí, la formación de extrema derecha ha anunciado ya una moción de censura contra el Gobierno de Pedro Sánchez, contra los dos gobiernos de Pedro Sánchez, quiero decir.

— Ah, y entonces será el líder de esa extrema derecha quien se presentará como candidato alternativo a presidir el Gobierno.

— No, en realidad presentan a un ex comunista de noventa años, que precisamente hace unas horas, entrevistado en el periódico al que la formación de extrema derecha tiene vetado, se distanciaba notoriamente de quienes le presentan como candidato y daba a entender, más o menos, que piensa decir lo que le dé la gana en la moción.

— Comprendo: el partido de extrema derecha ha retirado su confianza al ex comunista nonagenario.

— No comprendes nada; no solo no le ha retirado su confianza, sino que dicen que están muy orgullosos de presentarle. precisamente porque no milita en ese partido de extrema derecha.

— Pero esto es como un circo.

— Ahí sí que tengo que darte la razón.

El noruego partió precipitadamente al día siguiente, antes de que el circo se trasladase a las calles de la capital para, abusando del sagrado nombre del feminismo, seguir con el jolgorio. Me dicen que el colega noruego no ha escrito una línea de su proyectado reportaje: al parecer ha sido internado en una clínica de Oslo con un ataque de ansiedad.

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Cien días

Enviado por Fernando Jáuregui | 19/02/23

Sugiere Josep Borrell, que algo más que usted y yo –a quienes nos cuentan muy poco– debe saber del asunto, que a la guerra de Ucrania le quedan cien días, hasta la plena primavera, para resolverse en un sentido u otro. Más o menos es el tiempo que quienes pretenden saber algo de lo que pasa en las interioridades del Kremlin calculan para el desarrollo de una nueva ofensiva rusa en el martirizado país de la Europa oriental. Y cien días es lo que nos queda a los españoles para las elecciones municipales y autonómicas de mayo. ¿Que qué tiene que ver una cosa con otra, al margen de la coincidencia en las fechas? Si piensa usted que nada, siga leyendo, por favor.

Se cumple este próximo viernes un año del inicio de una guerra, con la invasión rusa de Ucrania, que nadie, nadie, preveía que iba a durar tanto tiempo y de la que nadie, ni siquiera Borrell, el ‘otanista’ Stoltenberg o Biden, se atreve a pronosticar una fecha para su final y menos aún para calibrar cuáles serán el desenlace y el vencedor, si es que todos no acaban, acabamos, siendo perdedores. Pero aquí, en España, obsesionados con temas internos, tantos de ellos impostados, que hacen que nos miremos constantemente el ombligo, hemos olvidado, simplemente, que Europa, la economía europea, la moral de Occidente, se hallan en una seria crisis propia de todo conflicto bélico pero que nadie parece percibir: ¿qué se hizo de aquellas severas admoniciones sobre la iluminación nocturna de los escaparates?¿Qué de aquellas advertencias para utilizar la lavadora de madrugada?¿Acabarán o no teniendo razón aquellos profetas de la catástrofe económica que no percibimos en las previsiones gubernamentales?

Pues resulta que sospecho que estos interrogantes van a tener más que ver de lo que pensamos en el desarrollo de una campaña electoral ahora centrada en el absurdo debate sobre el ‘sí es sí’, los límites a la ‘ley trans’, si el aborto es o no un derecho, el alcance del bienestar animal y tantos otros duelos a garrotazos que pasado mañana estarán olvidados por otros pretextos para seguir sacudiéndonos en las dos Españas. Yo creo, sin embargo, que una democracia con riesgos, como es la que tenemos, con distintas intensidades, en Europa, debería cuestionarse permanentemente cosas como si estamos en buenas manos a la hora de enfrentarnos a conflictos que, como el imperialismo ruso, nos trascienden. Y eso, claro, tiene mucho que ver con las elecciones.

Es decir: a mí me gustaría una campaña en la que se busquen respuestas a preguntas como cuánto nos va a acabar costando el conflicto ucraniano y cómo vamos a distribuir esos costes. O como hasta qué punto esa controversia interna en el Gobierno acerca de si hay que enviar o no armas a Ucrania está contribuyendo, junto con otros muchos diferendos, a lastrar la gobernación de nuestro país. Y, claro, mucho más: ¿Nos espían los rusos?¿Saben los servicios de inteligencia españoles cosas que nosotros ignoramos sobre lo que nos espera (la respuesta es obvia, o quizá no tanto)? Y, ahora que hablamos del tema, ¿sabemos si alguna potencia extranjera, quizá vecina, participó en la trama de espionaje ‘Pegasus’, que no deja de formar parte de esa guerra mundial que se juega en las ondas y que ya denunciaron gentes como Angela Merkel o el papa Francisco?

O ya que estamos entregados al recuento de lo que ocurrió hace un año, podríamos preguntarnos si el rumbo pos-casadista en el principal partido de la oposición es el adecuado para una gestión internacional que, en el caso del Gobierno PSOE-Podemos, tiene abundantes claros y también oscuros. La dimensión exterior de la acción política no debe, ni siquiera en una campaña local y autonómica, o menos aún en campaña, olvidarse. Especialmente cuando seguimos viendo imágenes de sufrimiento y de cañones disparando ocupando las páginas de nuestros periódicos y escuchando en los noticiarios, de especialistas reales o presuntos, especulaciones pesimistas y peligrosas sobre el inmediato porvenir.

Pero ya ven: estamos prácticamente a cien días de la carrera hacia las urnas y aquí seguimos felices y despreocupados, muy empeñados, como decía Bismarck, en destruirnos, sin afortunadamente haberlo conseguido hasta ahora, y bastante ajenos, en cambio, a quienes tratan de destruir Europa y tal vez lo hayan conseguido en parte allá por mayo, dentro de cien días que pueden cambiar, más aún, el mundo. Y a nosotros.

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¿Cuándo piensa Sánchez?

Enviado por Fernando Jáuregui | 18/02/23

Hace dos días, veíamos a Pedro Sánchez paseando por el castillo de Brdo, en Kranj, Eslovenia, con el primer ministro de aquel país, Robert Golob, entusiasta, se confesó, con “la política española de los derechos de las mujeres, un ejemplo”. Había concluido un viaje relámpago que incluyó Austria y Croacia y, a las pocas horas, le veíamos asistiendo a una pasarela de moda en Madrid, donde, por cierto, los plácemes de Golob se trocaron en abucheos por parte de algunos asistentes. Este sábado ya estaba en campaña, presentando en Zaragoza la candidatura de Lola Ranera a la alcaldía de la ciudad. Desde su aparición ‘estelar’ en Sevilla en los premios Goya, de riguroso smoking, hace una semana, al presidente se le han contabilizado, salvo error, doce apariciones públicas en los más diversos escenarios, incluyendo aquella ‘visita sorpresa’ al domicilio de una pareja beneficiada con el aumento del salario mínimo.

¿Cuándo duerme el presidente? Quizá, como él mismo ya anunció, la coalición con Podemos le quita el sueño. Y, por otro lado, ¿cuándo tiene tiempo para pensar?

En del franquismo se contaba, burlonamente, que determinado personaje aparecía en todas las recepciones de El Pardo acompañando a los colectivos más insospechados, desde una asociación de colombofilia a una compañía azucarera, pasando por las más diversas instituciones culturales. El dictador, divertido y coñón, un día, tras una audiencia más en la que el personaje estaba, cómo no, presente, le preguntó: “oiga, Marañón, usted ¿cuándo trabaja?”. Que no digo yo, oiga, que estos desplazamientos constantes de Sánchez, sus apariciones en los foros más diversos, el uso tan frecuente del Falcon, no sea trabajo: creo firmemente que un presidente de un Gobierno, sea cual sea, ha de atender a muchas obligaciones de presencia internacional –y eso siempre es bueno—y de representación interna, aunque a veces se trate de comparecencias oportunistas (o electoralistas): Sánchez está en campaña y se nota, aunque lo cierto sea que la molicie nunca fue su principal característica vital.

Pero traigo a colación la anécdota de Franco porque, a mi juicio, trabajar es algo más que mostrar rostro y palmito por las alfombras del mundo mundial. Una de las cosas que creo que se pueden reprochar a nuestros políticos y a muchos capitanes de empresa es que dedican mucho más tiempo a las pasarelas mundanas y a los atriles mitineros que al trabajo en la mesa del despacho y ante el propio ordenador. Que no se dan tiempo para la reflexión, vamos. Que no se preparan bien los temas, fiándolos en manos de una legión de asesores que no siempre son, porque a esos se los lleva la empresa privada, los mejor preparados. Y entonces, pasa lo que pasa con, lo digo solo a título de ejemplo, la ley del ‘sí es sí’, con las chapuzas en el Tribunal Constitucional, los revolcones en los tribunales a cuenta de los beneficiarios del ‘procés’ o con los debates sobre el bienestar animal.

Comprendo el afán de Sánchez por visitar todos los países de la UE, alguno de los cuales seguro que no hubiese podido identificarlo hace dos años en un mapa mudo: ya confundió Kenia con Senegal en un viaje oficial a Nairobi. Dizque prepara el semestre presidencial español, y eso hay que cuidarlo, sobre todo porque ese semestre concluirá, o casi, con las elecciones generales que quiere, y piensa, ganar, aseguran.

Pero, si no, el presidente está invirtiendo en su futuro: junto con Macron y Scholz, es el jefe de gobierno de la UE más ‘viajado’. Decía Gorbachov que su tragedia era ser ‘amado fuera de Rusia y odiado en Rusia’. Quizá por eso, cada vez que podía salía al extranjero. No sé si Sánchez es amado en todas partes como en la UE de von der Leyen o en la Eslovenia de Golob, ni si es siempre tan silbado dentro como en la Pasarela Mercedes, pero sí intuyo que, por si acaso, el presidente pone huevos en todas las cestas, desde las Naciones Unidas hasta la OTAN. De momento, confieso que quienes le seguimos desde nuestra mesa de trabajo a veces le perdemos la pista, de tanto como se mueve. Se diría que está clonado, que hay varios Sánchez desplazándose al tiempo por todas partes. Y en ocasiones parece que así es: que alberga a varios Jekyll y a algún Hyde, ambos tocados por el baile de San Vito.

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