Lunes, madrugada

Domingo noche cerrada. Casi madrugada del lunes. Los perros ya duermen. Todo es silencio. La angustia de la semana política que empieza se te echa encima. ¿Qué hará ZP, cómo echarán, si es que pueden hacerlo, a Maragall, qué hará el misterioso Montilla –que nunca te mira a los ojos–, qué acabará haciendo el PP en su guerra contra el Estatut? Puedo prometer y prometo que pocas veces, en mis treintaytantos años de profesión, había vivido una conmoción callejera como la que hoy existe, cuando los taxistas que te reconocen –o no– te preguntan: ¿y usted qué cree que va a pasar? Y yo, la verdad, no creo que vaya a pasar cosa mayor que este estado de ansiedad nacional, del que alguien, quizá el mismísimo ZP a la cabeza, pero no sólo él, debe de ser culpable.  Ni usted, ni yo, en todo caso. O no de los que más. Vivíamos bien, éramos libres y despreocupados, una vez que la sonrisa zapateriana había sustituído a la adustez aznariana. ¿Era necesaria toda esta movida?¿Teníamos que remover los cadáveres, aprovechando que ahora se cumple el trigésimo aniversario de la vuelta de tuerca? No, si a veces da la impresión de que en este país emoticonsomos gilipollas…

Share