El agobio
Ayer, cuatro horas entre el coche y taxis o autobuses para ir de un sitio a otro de Madrid. De todas las citas profesionales (porque las copas que ofrecen los políticos también son citas navideño-profesionales), tuve que cancelar tres sobre la marcha (menos mal que existen los móviles). No quiero ni pensar lo que me gasté en gasolina, en taxis y en tiempo. Lo mismo que todos los desesperados que me rodeaban. Madrid se convierte a pasos agigantados en una ciudad al borde del colapso, agravado por las obras simultáneas decretadas /manu militari/ por Gallardón, el de las grandes obras. Los constructores, algunos sobre todo, se forran, y hasta les cierran al tráfico una parte de la Castellana para que puedan progresar con sus torres inmensas que provocarán atascos mortales en una entrada de Madrid. Y ¿dónde está la oposición? De fiesta. Como en todas las demás partes: el Parlamento Europeo ha tenido que intervenir para frenar la terrible especulación en una de nuestras costas. Las restantes partes de nuestro litoral quizá las den ya por perdidas. Y sigue la angustia: ¿estamos dejando un mundo mejor para nuestros hijos? ¿Estamos creciendo a costa de un futuro peor, que llegará cuando explote la burbuja inmobiliaria? Y, en todo caso, ¿merece la pena este presente de ladrillo, cemento y rostros de hormigón armado?
Perdón por el tono pesimista: ver que se te va la vida agarrado a un volante y entre bufidos de claxon no te pone de demasiado buen humor ni exacerba el sentido navideño.
Muchas felicidades a todos, en todo caso, bloggeros. Porque, pese a todo, hay que cultivar ese espíritu de las fiestas. Un abrazo.