ETA, en coma
Todo lo que nos llega sobre ETA evidencia una cosa: está herida de muerte. Sin dinero. Con ‘sus’ presos divididos, pero cada vez con mayor tendencia a separarse de la contagiosa banda. Con manifestaciones callejeras –permitidas o prohibidas—que ya apenas congregan a centenares de personas, cuando antes eran miles. Sin más apoyos internacionales que los de algunos medios despistados que aún se resisten a llamar ‘terrorista’ a la banda. Y, desde luego, ETA está ‘trufada’: los servicios policiales y de inteligencia han hecho una buena labor, y el Gobierno sabe, me parece, con la suficiente antelación cuándo nos llegará un nuevo comunicado de la banda y cuál será, en líneas generales, su contenido.
Dicen que podría llegar, dentro de no mucho, otro comunicado de la banda, precisando algo más los términos de ‘paz’ –así, entre comillas—del último texto, juzgado insuficiente hasta por esos batasunos que luchan por ‘incorporarse a la vida política’ –también comillas, por favor—presentándose, bajo cualquier marca, a las elecciones municipales de mayo. Seguramente algunos lo conseguirán, amparándose bajo siglas ya legalizadas, como Eusko Alkartasuna; parece muy difícil que, ante lo descomprometido de su separación de la violencia etarra, obtengan mucho más que eso.
Personalmente, me alegraría de que esos batasunos que sinceramente quieren alejarse de lo que ETA significa –que, desde luego, no son todos, y quizá ni siquiera la mayoría—pudieran concurrir a los comicios en un partido todo lo ‘abertzale’ que se quiera; eso querría decir que los verdugos de ETA habrían perdido un nuevo eslabón, y lo que es malo para ETA es bueno para los españoles en su conjunto y para los vascos en particular. Pero ya digo que esta salida parece bastante inviable. A menos, claro está…
A menos que las cosas se aceleren para bien, que los próximos comunicados de ETA sean más contundentes y los batasunos, o algunos batasunos, más valientes en su compromiso con el fin del terrorismo. Ambas hipótesis se barajan, entiendo, en los pasillos gubernamentales, y dicen que Zapatero, optimista irrenunciable, fía mucho a una ‘evolución positiva’ de un problema que, al fin y al cabo, ha sido la pesadilla de los españoles durante cuarenta años.
ZP, ahora embarcado en su proyección internacional –primero, Oslo, luego, Nueva York–, sabe que ni siquiera una solución satisfactoria del problema terrorista le va a bastar para evitar la caída en picado. Pero, por lo que me cuentan, el presidente se ha embarcado ya en la convicción de que tiene que cumplir su misión y luego, pensar en marcharse. Si, durante su mandato, le toca en suerte haber contribuido por lo menos –y nada menos– a haber acabado con la banda del terror y del horror, la Historia se lo agradecerá. Ya digo: por lo menos, en ese capítulo. Y ese capítulo parece cada día más probable que acabe con final feliz para los del lado de acá, o sea, todos menos el puñado de locos irreductibles que, cual ‘reverendos Jones’, aún se aferran a salidas violentas imposibles para justificar sus chifladuras.