Estamos en manos de Rubalcaba…

“La policía está para resolver problemas, no para crearlos”. Así lo dijo el vicepresidente, ministro del Interior y seguramente candidato a suceder a Zapatero, Alfredo Pérez Rubalcaba. Tenía, entiendo, mucha razón. Ahora, la solución al nudo gordiano creado por la Junta Electoral Central está en sus manos. Si decide que, en cumplimiento de lo que la JEC ha decidido, la policía debe desalojar como sea en esta jornada de reflexión a los jóvenes y no tan jóvenes concentrados en la Puerta del Sol en protesta contra una situación económica y moral, el conflicto va a estar servido. Porque los cada día más ‘afiliados’ (perdón por la ‘contradictio’) a la plataforma ‘democraciarealya’ han decidido desafiar la prohibición, a mi juicio extemporánea e innecesaria, decretada por la Junta. Estas del domingo van a ser unas elecciones ‘movidas’, es de temer.
Se ponen de manifiesto varios extremos de extraordinaria gravedad: primero, que la normativa electoral, muy en concreto el artículo 20 de la Ley Electoral General, está desfasada. No tienen sentido ni esta jornada de reflexión, ni la prohibición temporal de sondeos en tiempos de Internet, ni la de que alguien pueda manifestarse libremente ese día, incluso aunque pida el voto. Pero es que, además, la decisión de la JEC supone una bofetada al Tribunal Consitucional, que había decidido permitir las manifestaciones o acampadas de la plataforma contestataria. ¿Cómo es posible que, una vez más, como antes sucedió entre el TC y el Supremo con Sortu, luego con Bildu, la ley pueda ser retorcida con tan diferentes interpretaciones?¿No debilita eso la seguridad jurídica que cimenta una nación?

Por otro lado, el fondo de las cosas: una nación cuyos jóvenes están, en algo más del 43 por ciento, desempleados, siendo la generación mejor preparada de la Historia, es una nación enferma. Y por algún lado tenían que aflorar los síntomas de esa enfermedad. Lo que está ocurriendo en la Puerta del Sol, que no es la Tahrir cairota –aquí estamos en democracia, aunque a algunos en la ‘Plataforma’ no les parezca–, es lo menos que se podía esperar: son ya muchos, demasiados, los españoles que tienen un familiar, un conocido, un amigo, en un desempleo con escasas esperanzas.

Quién sea el culpable de esta situación es ahora lo de menos (desde luego, el Gobierno tiene buena parte de la responsabilidad), y sería suicida la clase política si, en estos últimos minutos antes de las elecciones, los más tensos –afortunadamente por otras razones– desde aquel tristísimo 11 de marzo de 2004, se dedicase a tirarse los trastos mutuamente a la cabeza. Como resulta absurdo intentar apropiarse de la protesta, cada día más generalizada: lo están haciendo desde Zapatero a Cayo Lara, pasando, a veces, por algún portavoz del Partido Popular. Y lo están haciendo demasiado acríticamente; lamento decirlo, porque simpatizo en principio con la plataforma, pero se están infiltrando en ellas gentes que, desde la prepotencia, el revanchismo o la ignorancia, amenazan con desvirtuarla.
Así, lo que toca ahora es actuar con templanza, tolerancia y calma desde todas las partes, que se hallan en agitación, más que en conflicto. De momento, el presidente del Gobierno, en sus últimas declaraciones, ha dicho que el Gobierno actuará “inteligentemente”, dando a entender, aunque se mostró cauto, que no habrá posiciones de fuerza. Menos mal. En manos, pues, de Rubalcaba estamos. El jefe de las Fuerzas de Seguridad del Estado tiene la obligación, pienso, de aplicar ‘flexiblemente’ el ‘diktat’ de la Junta. Es decir, entiendo que no se puede reprimir por la fuerza una ‘sentada’ pacífica, ni siquiera una manifestación tranquila, sea el día que sea. El sistema se la está jugando, así como suena, en este envite.

Todo lo antedicho no significa, ya digo, que tengamos que tragar con todas las cosas que cada persona que pasa por la Puerta del Sol pueda idear. Desde la ‘acampada’ se están pidiendo al Gobierno, a la clase política, cosas inaplicables, primarias; se está desafiando, con criterios a veces arbitrarios o revanchistas, a los medios de comunicación. A este paso, corremos el riesgo de que alguien pueda ser señalado acusadoramente por el mero hecho de llevar corbata o portar el micrófono de una radio o una televisión no bienquistas por los manifestantes, a los que hay que pedir que huyan del sectarismo y de extender su lógica irritación a todos los campos, a todos los sectores.

El momento es de una enorme tensión. Dislate tras dislate, hasta aquí hemos llegado. Este es el momento en el que Rubalcaba ha de demostrar si, en verdad, es un estadista digno de desempeñar el papel al que aspira o si es, simplemente, un político habilidoso que se mueve a gusto entre las bambalinas y las sombras.

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